Viernes 01 de agosto de 2025
Al Dia

Elías Hernández: “La gaita no lo ha dicho todo; es un universo infinito”

Hay hombres que no nacen en una cuna, sino en un compás. Hombres cuya biografía no está escrita en papel, sino en melodía. Elías Hernández es uno de ellos.

Elías Hernández: “La gaita no lo ha dicho todo; es un universo infinito”
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Semblanza
 
“¿Adónde van las luces, los colores
de las coronas súbitas de las ideas,
cuando su dios las rompe?”
Juan Ramón Jiménez
 
Hay hombres que no nacen en una cuna, sino en un compás. Hombres cuya biografía no está escrita en papel, sino en melodía. Elías Hernández es uno de ellos. No camina: pulsa el aire con la precisión de quien afina una cuerda. No habla: silabea en clave menor, con la cadencia de quien ha vivido entre estribillos y metáforas. Si la gaita tuviera un corazón —no un tambor, sino un corazón—, seguramente ese órgano vibraría con el nombre de Elías tallado entre sus arterias.

El año 1999, el modesto Olimpo del barrio gaitero, fue suyo. Y no porque se lo propusiera, sino porque el tiempo, a veces, reconoce a los suyos sin necesidad de anunciarlo. En aquella curva del siglo, cuando el país entero parecía tambalear entre incertidumbres, sus letras aparecieron como evangelios domésticos. Cada verso suyo era una semilla de fe sembrada en el surco sonoro de la tradición.
El barrio de mis andanzas no es sólo una canción. Es una postal en sepia donde aún caminan los abuelos, una película sin final que se proyecta en la memoria colectiva del Zulia. Es la infancia de muchos, que aún se recuerda a sí misma con la voz de Ricardo Aguirre y el olor del café colado en fogón de hierro. Todos, de alguna manera, somos esa canción. Porque todos, alguna vez, regresamos a ese lugar que ya no existe, pero que se niega a morir.

Elías no escribe letras: borda plegarias. Su pluma no firma: consagra. Cada una de sus creaciones está atravesada por la seriedad del artesano y la fe del creyente. Y es que sólo quien cree con devoción absoluta en la palabra puede parir con esa claridad. Las suyas no son gaitas: son tratados poéticos disfrazados de fiesta. Son manifiestos donde se encuentran el lamento y la esperanza, la risa y la herida.
Hay en su obra una “hilvanación” tan precisa como un bordado ancestral. Una arquitectura verbal donde nada sobra y todo dice. Como si las sílabas hubieran sido talladas con la paciencia de quien afila la piedra para hacer de ella un diamante. Elías compone como quien reza. Cada estrofa suya parece traída de un rincón secreto donde la musa no visita a cualquiera, sino al que ha esperado lo suficiente.

Si hubiese nacido en México, lo llamarían trovador. En Colombia, le habrían construido una plaza. En Argentina, sería maestro de maestros. Pero nació en Carirubana, bajo el sol inclemente y la brisa rebelde, en ese municipio que celebra a sus hijos ilustres con dulce de leche de cabra, sí, pero también con silencios.
Elías Hernández es un ‘crack’, como dicen los amantes del béisbol. Pero también es algo más: es el escriba de un pueblo que aún canta para no llorar. Un poeta popular que no necesita escapar de lo cotidiano para alcanzar lo sublime. Un custodio de la palabra que convirtió la gaita en su religión, y al pueblo, en su altar.

JRR: ¿Dónde nace ese pulso interior que borda plegarias y le da dignidad a lo popular?
EH: Ese pulso nace en mi infancia. Fui criado en una familia profundamente musical. Mi padre era un apasionado de Carlos Gardel; tocaba la guitarra y la mandolina. Mi tío también era músico, y el tango siempre estuvo presente en nuestras reuniones familiares. Sin embargo, yo me incliné hacia la música popular venezolana. No solo hago gaitas: también compongo guarachas, boleros, merengues… Todo lo que representa nuestra música. Eso lo heredé de mi padre, y lo cultivé desde muy pequeño en casa.
JRR: En El barrio de mis andanzas hay una nostalgia que no sólo recuerda, sino que redime. ¿Quiénes viven aún en su memoria como si el tiempo no hubiera pasado?

EH: Carirubana, el pueblo donde nací y al que dediqué El barrio de mis andanzas, es un lugar donde el tiempo parece haberse detenido. Hice un viaje casi 50 años después de haberme ido, con el propósito de que mis hijos conocieran el lugar que me vio nacer. Pero al caminar por sus calles y preguntar por algunos personajes de mi infancia, descubrí que muchos ya habían fallecido; otros estaban muy enfermos… El tiempo se detuvo en el pueblo, pero no en la vida de aquellos que lo habitaron. Ellos ya no están, pero siguen vivos en mi memoria.

JRR: ¿Cree que la gaita, esa fiesta que también sabe llorar, ha perdido el hilo sagrado de la palabra bien dicha? ¿Se ha vuelto ruido en lugar de rezo?
EH: En las nuevas generaciones hay elementos que no encajan del todo con el estilo tradicional de la gaita, esa gaita añeja que nosotros tocamos. Sin embargo, pienso que es cuestión de tiempo para que retomen la esencia, lo natural del género. Como ocurre en todos los estilos musicales, las nuevas generaciones traen ideas distintas, pero la raíz sigue allí, esperando ser honrada.
JRR: 1999 fue su epifanía creativa. ¿Qué país le dictaba entonces? ¿Qué Venezuela habitaba sus versos? ¿Y cuánto de ella sobrevive en usted?

EH: En 1999, Venezuela empezaba a vivir un cambio profundo en su estructura gubernamental, pero aún quedaban retazos del país que había sido durante todo el siglo XX. El barrio de mis andanzas nació inspirado en esa Venezuela de los años 70, 80 y 90. Esa fue la patria que dictó mis versos, y parte de ella todavía habita en mí, aunque en silencio.
JRR: ¿Cómo se escribe desde la fe en la palabra cuando alrededor todo parece derrumbarse? ¿La poesía puede ser trinchera o es solo consuelo?

EH: La poesía es ambas cosas: trinchera y consuelo. Quien no tiene fe no puede dar un paso al frente. La fe es lo último que nos abandona. Hay que seguir escribiendo con esperanza, convencidos de que todo puede mejorar. No podemos rendirnos. Debemos confiar en que hay un Dios creador que nos protege.
JRR: Es usted un artesano de las sílabas, un orfebre del compás. ¿Cuánto hay de técnica y cuánto de revelación en su proceso creativo?

EH: Todo parte de lo que se dice, de lo que sentimos y cómo lo traducimos en frases que se adaptan a un compás musical de 6/8, como el de la gaita. Para eso, es fundamental tener una base literaria sólida y una gran capacidad de observación. Hay que absorber el entorno para componer con verdad. Luego viene la parte musical: el acompañamiento, la armonía, que embellecen y elevan la composición.
JRR: Si la gaita fuera un cuerpo, ¿cuál sería su herida más profunda y cuál su consuelo más grande? ¿A quién le canta hoy y quién le responde?

EH: La gaita tiene una herida profunda, muy cerca del pecho, causada por quienes han intentado tergiversar su forma original, su autenticidad. Ha sufrido muchos cambios, sí, pero sigue en pie. La gaita le canta a lo cotidiano, al amor, a la protesta… Hay tantas temáticas posibles. Y quien responde es el pueblo: ese es su juez natural, el que la recibe, la celebra o la corrige.
JRR: ¿Qué le falta aún por decir en la gaita? ¿Hay una canción no escrita que todavía ronde sus sueños? ¿O ya cantó todo lo que tenía que cantar?
EH: Todavía quedan muchas cosas por decir. La gaita no lo ha dicho todo; es un universo infinito. En mi mente circulan muchas temáticas que aún no han sido desarrolladas. Estoy en ese proceso constante de crear. Cada año nace algo nuevo, tratando de complacer a esa musa inquieta que siempre me ronda. Aún hay mucho por hacer.
 
Elías Hernández no solo escribe gaitas: las custodia.
Desde la memoria viva de Carirubana hasta el compás herido pero digno de la gaita, su obra es un acto de resistencia, un rezo musical que redime lo popular y lo preserva. A través de su pluma, lo cotidiano se vuelve poético, y lo poético, necesario.
En tiempos donde lo efímero manda, él insiste en recordar. Porque recordar, para Hernández, no es anclarse al pasado, sino volver a él con gratitud, con fe y con música.
La gaita ha encontrado en su voz un gendarme sensible, un hacedor de nostalgias que canta —con palabra bien dicha— a la Venezuela madre.
 
Frases lapidarias de ELÍAS HERNÁNDEZ:
“El barrio de mis andanzas nació inspirado en esa Venezuela de los años 70, 80 y 90”.
“La fe es lo último que nos abandona”.
“En las nuevas generaciones hay elementos que no encajan del todo con el estilo tradicional de la gaita, esa gaita añeja que nosotros tocamos”.

Elías Hernández. (Foto cortesía JR Rivero)


 (José Rafael Rivero. España, julio de 2025)

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