A sus 102 años, el doctor Howard Tucker sigue yendo a trabajar. No por necesidad, sino por convicción. Neurólogo, abogado y veterano de guerra, es hoy un ejemplo vivo de longevidad saludable, sin fórmulas mágicas ni discursos motivacionales vacíos. “La jubilación es el principio del fin”, dice sin rodeos. “Cuando dejas de trabajar, empezás a deteriorarte. El cerebro se oxida”.
Tucker se graduó en Medicina en 1947 y se especializó en neurología en los años 50. Participó en la Segunda Guerra Mundial y en la de Corea, donde fue jefe del servicio de neurología en una base naval estadounidense. A los 67 años, lejos de pensar en retirarse, decidió estudiar Derecho. Se convirtió en abogado y, más de tres décadas después, sigue activo en casos médico-legales y dando clases.

Para este centenario de verbo claro y mente lúcida, el secreto no está solo en la genética. Está en la actitud. “Hay que seguir aprendiendo, involucrarse con lo que a uno le gusta. En mi caso fue el Derecho, pero puede ser cualquier cosa: un hobby, un oficio, caminar todos los días”. No cree en las dietas estrictas: come frutas, vegetales, pescado, pollo, y de vez en cuando se permite un donut o un martini. Su receta es la moderación.
Nunca fumó. Y no solo por salud. “Fumar te mata lentamente, pero también el odio. Cuando odias, te estás maltratando físicamente”, afirma. Para Tucker, odiar es una forma de autolesión que envejece más que los años.
También le da valor a su entorno: lleva más de 65 años casado y mantiene amistades con personas más jóvenes. No se obsesiona con la edad ni con la muerte. Vive con propósito y serenidad.
“No soy un gurú”, insiste. “Solo cuento lo que me ha funcionado: mantenerse activo, comer con equilibrio, rodearse de buena gente y no dejar que el rencor se instale en el cuerpo”.
Y así, sin pastillas milagrosas ni promesas de eternidad, el doctor Tucker sigue demostrando que la verdadera medicina de la vida puede ser tan sencilla como seguir en movimiento.