Nuestro colaborador exclusivo, Alexis Blanco, envió esta nota obituaria de doble perspectiva luctuosa que ahora tenemos a bien compartir con nuestro publico lector:
DE ALBERTO MORÁN A OZZY OSBOURNE…No hay, excepto la muerte, absolutamente ningún detalle que una las vidas de “El Gordo” con la del rockero que fundara la banda Black Sabbath. A mi inolvidable excompañero de trabajo en Panorama ni siquiera le gustaba el rock. También veía con recelo a los adoradores de Satán, aunque sabemos que leyó las Letanías de Charles Baudelaire y que le encantaba escuchar chistes y leyendas sobre ángeles caídos y otras miserias parecidas. Quizás si el fallecido músico inglés hubiese propiciado la composición de algún tema que fusionara bien el vallenato con el “heavy metal”, pues quizás habríamos compartido algunas lupulosas escuchando la vaina y luego con seguridad habríamos cambiado el “picó” y habríamos elucubrado sobre Diomedes Díaz tocando en el Ozzyfest. Pero nada que ver. La verdad que lo único que ahora une a Ozbourne con Morán Parra, es esta cojonuda tristeza que en mi corazón genera el haberme enterado de sus sendas muertes. A “El Gordo” se lo llevó su propio corazón despedazado como por una tromba “psicocalifragilísticablacksabathianamalparida”. Ozzy sucumbió entre temblores y rigores del Mal de Parkinson.
Con la marcha de “El Gordo” Alberto Morán he perdido a un lector único y esclarecido, pendiente siempre de cuanto uno publicaba para escribir sus comentarios y extender cada vuelo de palabras. Voraz lector, sí, era Alberto Morán. Algunas veces, las muy pocas cuando coincidíamos para festejar la vida y libar la tinta sangre de nuestras vidas, él se lanzaba unos comentarios arrechísimos sobre el autor de Moby Dick, el genio gaviero niuyorquino, Herman Melville.
Alguna vez yo cité en un texto publicado en Panorama, aquella frase antológica de Melville, en su increíble cuento, “Bartleby, El Escribiente”: “Preferiría no hacerlo” (I would prefer not to, en el original, en inglés). Alberto la adoptó para él porque, en el fondo, esa frase lo exorcizaba ante tanta tragedia que reporteó en las páginas rojas (Josué Carrillo ha de estar desangrado: él y Morán recogieron con suma dignidad el testigo que les legara don Heberto Camacho). Ese corazón de Alberto Morán despedaza también el mío. Reía mucho cuando le obsequié un ejemplar del cuento de Melville que encontré en El Emporio del Libro. Con marcador rosado subrayó aquellos párrafos: “No hay cosa que saque más de quicio a una persona seria que la resistencia pasiva. Si el individuo que experimenta esa
resistencia no tiene un carácter inhumano, y el que la ofrece es perfectamente inofensivo en su pasividad, entonces, cuando el primero está de humor para ello, tratará de buscar con
su imaginación una explicación caritativa de lo que su juicio no logra resolver. Asi era, la mayoría de las veces, como me enfrentaba a Bartleby y sus manías. Pobre hombre, pensaba, no tiene malas intenciones; es evidente que no quiere ser insolente; no hay más que mirarlo para saber que sus rarezas son involuntarias. Me es útil. Puedo levarme bien con él.
Si lo despido, lo más probable es que caiga en manos de un jefe menos indulgente, y que no se anden con consideraciones y lo dejen morir de hambre. Sí, puedo permitime este capricho por bien poco: proteger a Bartleby, consentirle su extraña terquedad, no me costará nada, mientras cultivo en mi alma lo que, en su m o m e n t o, será un bocado apetitoso para mi conciencia”.
Todos sus amigos y excompañeros extrañaremos a El Gordo Morán. Por ese humor divino. Creo que fue en Noticia Al Día donde él publicó aquella crónica deliciosa del zagaletón que se saltó la cerca para ingresar de modo subrepticio en una casa y lo que halló en aquel patio fue una bellísima leona. Uno deliraba con aquella manera de narrar del maestro Gordo nuestro. También escuchábamos a Goyeneche cantar aquel tango, “El Gordo Triste”, homenaje a Aníbal Troilo y que don Roberto cantaba acompañado de Ástor Piazzolla y su quinteto. “Echo el ueón era bien culto y honorable nuestro Gordo Alberto, ahora con Dios y amansando sus rayos.
Alguien me ha enterado acerca de un testigo de La celda invisible. Un ciudadano común que ha entendido que narrar acerca de esta experiencia suya, puede ayudar a los demás a florecer desde sus propios enigmas y misterios. Una celda que ha sido creada para él y también para quien la perciba. Habla de su artífice creador, “ser oscuro disfrazado de hermosura”. Un espejo metafísico creado para quien ose descifrarla, entrar en él. Un ser “con un vacío tan grande en su interior que ni el más puro de los amores podría llenarlo. Inquietantes episodios de soledad y angustia existencial parecen preceder esta intención narrativa de encontrar una luz que consume “hasta la última gota”.
Y entonces suelta una clave salvavidas: “una canción que me invitaba a levantarme”. Un milagro de redención. Un auto de fe. Una incitación muy bien escrita como para pensar en la libertad como un sueño ajeno a toda pesadilla. El texto tiene un ritmo muy interior, como si su autor simplemente dejara escapar sus pensamientos en voz alta. Aquí no le hacen falta los trucos o florituras literarias. Es diáfano y transparente: intenta ayudar o salvar a sus seres queridos o anhelados. Y desde aquellos matices metafísicos también puede escribir con sugestivos matices oníricos y un poco surrealistas. Habla de danzar con ángeles y querubines. Y, una vez más, el ansia y afán de libertad, simbolizados en unas alas mágicas para desafiar toda angustia ante los abismos. Es una escritura optimista, sin duda. Amorosa. Desde su condición sublime ratifica su profunda necesidad de proclamar su propia libertad existencial. Un místico de estos tiempos confusos.
Cuando se llora a un amigo uno ejecuta el amago de hacerse fuerte. Pero hoy tengo ante mí la dura realidad de la partida al mundo morado de Alberto Morán, “El Gordo”. Ya estará brindando con Eduardito Semprún y con Oscar Silva y con Ciro Contreras, otros Gordos entrañables y bienamados. Caminaré por la orilla del mar impetuoso de mi memoria, escuchando aquella canción de Black Sabbath y OO: Cambios. Parafraseo la letra y canto, ensimismado, tal vez llorando: “Me siento infeliz / Me siento tan triste / He perdido al mejor amigo / Que alguna vez tuve […] Estoy pasando por cambios / Estoy pasando por cambios…
Las imágenes acompañan este monólogo del duelo yugular… Hasta siempre, querido Gordo. Alberto Morán, carajo… Adiós, Ozzy Ozbourne.
Adiós…

Texto: Alexis Blanco